"Nos jodió del todo". Un libro expone el encubrimiento del acentuado deterioro de Biden y lo responsabiliza de la victoria de Trump

El 27 de junio del año pasado, ante las cámaras de CNN y en un debate-debacle con Donald Trump, se hizo innegable el deterioro físico y cognitivo del presidente Joe Biden. Ese declive llevaban tiempo viéndolo o intuyéndolo los votantes demócratas que, como mostraban los sondeos, cuestionaban que el octogenario debiera intentar seguir como candidato. Pero hicieron falta tres semanas más para que Biden se rindiera a presiones y realidades y el 21 de julio anunciara, con un mensaje en X, que por fin tiraba la toalla y pasaba el testigo a la vicepresidenta, Kamala Harris.
Lo que pasó 107 días después es conocido. Harris no consiguió impedir que Trump volviera a la presidencia. Muchos análisis y autopsias políticas han estado desde entonces y siguen buscando las causas. Pero ‘Pecado original’, un libro del periodista de CNN Jake Tapper y de su colega de 'Axios' Alex Thompson, señala a algo muy especifico, como explica el subtitulo: “El deterioro del presidente Biden, su encubrimiento y su desastrosa decisión de postularse de nuevo”.
Aunque el libro no ve la luz hasta el próximo martes la revista ‘The New Yorker’ ha publicado un adelanto y varios medios han tenido acceso a una copia. Las revelaciones de esos avances y lecturas son demoledoras para Biden, su familia y su círculo más cercano de asesores, al que los autores denominan “Politburó”. Y el hecho de que Tapper y Thompson, que han realizado más de 200 entrevistas para un libro reportado principalmente tras la derrota electoral, tengan que respetar el anonimato de muchas de sus fuentes es señal evidente de que sigue imperando el miedo en la formación.
Las revelaciones
Se sabe que, desde al menos 2022, Biden era tendente a perder el hilo de sus ideas y pasaba apuros para recordar nombres incluso de gente de su propio equipo, incluyendo su asesor de seguridad nacional, la directora de comunicaciones de la Casa Blanca o el hombre que había elegido para que presidiera el Comité Nacional Demócrata.
Las meteduras de pata y los errores iban más allá de los que le habían dado fama en toda su carrera. Su equipo le preparaba guiones para las reuniones del gabinete incluso cuando no había prensa como testigo de esos encuentros. Y sus ayudantes usaban dos cámaras cuando grababa discursos en vídeo para que se notaran menos las ediciones que hacían falta para que tuviera sentido. Descartaron, no obstante, la idea de hacerle una prueba cognitiva.
El declive era notable también físicamente. Su movilidad se había reducido tanto que incluso se barajó la posibilidad de que necesitara usar silla de ruedas en su segundo mandato. Cuando tenía que subir escaleras del Air Force One se usaban las escaleras más cortas. Se pusieron barandillas en otras escaleras con las que subía a escenarios y se le hizo llevar más a menudo zapatillas deportivas. Y al grabar videos, sus ayudantes a veces filmaban “a cámara lenta para difuminar la realidad de lo despacio que caminaba en realidad”.
Se intentaba, asimismo, restringir su horario y concentrar los asuntos más importantes entre las 10 de la mañana y las cuatro de la tarde. Y el médico de la Casa Blanca, Kevin O’Connor, insistía, sin éxito, en que sus ayudantes debían incluir más tiempo de descanso en su agenda.
Un secreto imposible
Aunque usan la palabra encubrimiento en el subtítulo, Tapper y Thompson no dan pruebas directas de una conspiración, según quienes han leído el libro, y se centran en buena parte en un equipo donde prácticamente todos, como avestruces, escondían la cabeza para no ver la realidad.
Un ayudante que abandonó la Casa Blanca porque creía que Biden no debía presentarse de nuevo, por ejemplo, les dijo que intentaron “protegerlo de su propio personal y mucha gente no se dio cuenta del alcance del declive”. “Amo a Joe Biden y en lo que se refiere a decencia hay pocos políticos como él”, dijo también esa fuente, “pero fue un mal servicio al país y al partido que su familia y sus asesores le permitieran presentarse de nuevo”.
Los esfuerzos, en cualquier caso, fueron inútiles. Alrededor de Biden más y más gente iba dándose cuenta de su deterioro. Lo vio, por ejemplo, un congresista que acudió a una fiesta de navidad con él en diciembre de 2023, o el que viajó con el presidente a Irlanda e identificó los mismos rasgos que en el los de su padre con Párkinson, u otro que veía los del Alzhéimer. También lo vio Jon Favreau, antiguo colaborador de Barack Obama que tiene un podcast, que en una visita a la Casa Blanca se encontró con un hombre “incoherente” que “divagaba” en historias “confusas”.
Lo vio, igualmente, George Clooney, uno de los pesos pesados de Hollywood para los demócratas en cuestión de recaudación de fondos. Y en el extracto publicado en ‘The New Yorker’ se relata con detalle uno de esos actos de recaudación en junio del año pasado con estrellas de Hollywood en el que participó Obama donde Clooney, que conoce personalmente a Biden desde 2001 y es un colaborador fundamental de los demócratas en la recaudación de fondos, se quedó con “un nudo en el estómago” al ver al mandatario extremadamente frágil y desorientado.
Aunque el presidente llegaba de un largo viaje que había incluido Europa y Delaware que podía explicar cansancio o agotamiento, Clooney vio algo más grave y se quedó “de piedra” cuando el presidente no le reconoció y necesitó que un ayudante le dijera con quién hablaba. Ahí tomó la decisión de publicar un articulo en ‘The New York Times’ instándole a abandonar la candidatura.
La primera dama, los asesores y el miedo
Cómo se llegó hasta ese momento es, según el relato de Tapper y Thompson (uno de los pocos reporteros que incluso antes del debate se atrevió a cuestionar el estado de Biden, provocando la furia de la Casa Blanca), fruto sobre todo de la determinación de la familia de Biden, especialmente de su esposa Jill, y de sus más cercanos asesores, incluyendo Mike Donilon y Steve Ricchetti, de proteger a Biden de puertas adentro y, de puertas afuera, negar sistemáticamente que estuviera impedido.
Fue lo que hizo que denunciaran por ejemplo como un ataque políticamente motivado la declaración que hizo el fiscal especial Robert Hur, que investigó a Biden por el manejo inapropiado de documentos clasificados y decidió no imputarlo pero dijo que en parte era porque un jurado lo vería como un “hombre mayor, simpático y bienintencionado, con mala memoria”.
El partido tampoco sale bien parado. Se dice que ni demócratas en la Casa Blanca ni líderes en el Congreso plantearon dudas en privado o en público. Y aunque en parte quedaron callados, según el libro, porque “sabían que la Casa Blanca vigilaba de cerca cualquier señal de disenso”, hicieron flaco servicio a los electores.
Bill Daley, que fue jefe de gabinete para Obama, intentó sin éxito convencer a varios gobernadores demócratas de que retaran a Biden en primarias. Solo el secretario de estado, Anthony Blinken, se atrevió a preguntarle directamente al presidente si se veía preparado para un segundo mandato, pero no hizo nada más cuando este respondió afirmativamente. Y Ron Klain, que fue primer jefe de gabinete de Biden, sí habló de la cuestión con otros pero no directamente con el presidente.
Klain aparece en otro episodio narrado en el libro. Ari Emanuel, agente de Hollywood y recaudador de fondos y hermano del embajador de Biden en Japón, se lió a gritos con él. “¡Joe Biden ni puede volver a presentarse! ¡Tiene que retirarse! ¡No puede ganar! ¿Cuál es el plan B?”, le espetó. Klain tuvo que admitir que no había plan B.
“Una puta pesadilla”
El resultado de la tozudez de Biden es conocido pero pocos se atreven a señalarle con tanta firmeza como David Plouffe, que fue jefe de campaña de Barack Obama y salió de su retiro para ponerse a trabajar con la campaña de Kamala Harris. “Biden nos jodió del todo”, dice para el libro Plouffe, que habla de “una puta pesadilla” y sugiere que la vicepresidenta no tuvo nada que hacer.
“Fue una abominación”, dijo otra fuente, esta desde el anonimato, a Tapper y Thompson. “Le robó unas elecciones al Partido Demócrata; se las robó al pueblo estadounidense”.
Lavar la imagen
Esa imagen de la responsabilidad de Biden en poner la presidencia de nuevo en manos de Trump cobra indudablemente más fuerza con este libro, que no es el único de los ya publicados o de próxima publicación que señalan al encubrimiento. Y eso explica que el expresidente se haya embarcado en una campaña para tratar de limpiar su imagen.
Biden, ahora de 82 años, ha fichado por CAA, una de las agencias de talentos de Hollywood y ha contratado a Chris Meagher, un veterano agente demócrata y estratega de comunicación para tratar de proteger y reforzar su reputación. El esfuerzo ya se ha puesto en marcha y el expresidente demócrata ha dado recientemente entrevistas a la BBC y al programa ‘The View’ de la ABC, aunque que vaya a tener éxito en la misión es más que dudoso. En ‘The View’ Jill Biden tuvo que acabar algunas de sus frases.
"Seguimos esperando a que alguien, cualquiera, señale dónde Joe Biden tuvo que tomar una decisión presidencial o de seguridad nacional o hacer un discurso presidencial en el que no pudiera hacer su trabajo debido a un deterioro mental. De hecho, la evidencia apunta a lo contrario — fue un presidente muy eficaz", ha defendido Meagher en un comunicado enviado a los medios que han preguntado sobre las revelaciones del libro.
FUENTE: EL PERIODICO