La historia de dos contratistas argentinos a los que África les cambió la vida
Freddy Simone y Juan Manuel Alvarez trabajan para una empresa de Costa de Marfil para hacer más eficiente la producción de maíz y soja.
Con ilusión, ganas de enseñar pero también capacidad para aprender, un grupo de argentinos está aportando su grano de arena para hacer más eficiente la producción de maíz y soja en Costa de Marfil, África. Dentro de este grupo, dos contratistas, Freddy Simone y Juan Manuel Álvarez, se encargan de los fierros, una difícil tarea, porque muchas máquinas ni siquiera las conocen allá (siembran y cosechan a mano). “No vamos por el dinero, vamos, en gran parte, por la experiencia y el desafío”, contaron en diálogo con Clarín Rural.
“En 2019 nos vinieron a buscar de Grupo de Campo, estaban necesitando contratistas para ir a África”, contó Simone. Los asesores son de Grupo de Campo, profesionales que ofrecen servicios agropecuarios no sólo vinculados con lo estrictamente técnico-productivo sino también con la gestión en empresas familiares, el desarrollo de nuevos negocios y la comercialización.
Todo empezó en una Expoagro, puntualmente en marzo de 2019, cuando promovido por Nicolás Fernandez Llorente, uno de los socios de Grupo de Campo, a través de Ignacio Garciarena (por entonces director de Agricultura de la Nación) y Fernando Ledo, representante argentino en el Banco Africano de Desarrollo formalizaron el inicio de un vínculo.
El objetivo era hacer más eficiente la producción de maíz y luego soja de la mayor empresa productora de pollos de Costa de Marfil y del oeste africano, SIPRA S.A., que quería empezar a gestionarse su propio alimento para reemplazar parte de lo que importaba para alimentar a los cerdos. Tienen dos plantas de elaboración de balanceado con 160.000 toneladas/año de capacidad.
SIPRA cuenta con 6.000 hectáreas que le provee el gobierno marfileño. Y la idea es, con el correr de los años, ir produciendo cada vez más materia prima (granos) para darle de comer a los cerdos.
Enseñar y aprender
“Este proyecto tiene muchas cosas lindas porque nosotros vamos a enseñar, pero también ellos nos enseñan muchísimas cosas, de la vida y de todo... a veces protestamos acá (en Argentina) por nada”, contó Simone. Y agregó: “No se dan cuenta lo que ellos nos dejan a nosotros en nuestra alma, cosas que nos sirven para cuando volvemos, después de cada viaje, para darnos cuenta que acá nos faltarán muchas cosas, pero tenemos un montón de otras básicas que allá faltan”.
Simone contó que los marfileños con los que intercambian “tienen gran capacidad de aprendizaje”, pero “les falta continuidad: bajo nuestra supervisión andan muy bien, pero cuando nos vamos les cuesta seguir con lo que planeamos”.
Después de aquella primera visita en 2019 la pandemia les puso un freno en 2020. Pero ya en 2021 pudieron volver y fueron seleccionando jóvenes de escuelas agrotécnicas “que andan muy bien”.
Juan Manuel Álvarez es amigo de Freddy Simone y son socios. Desde los 16 años anda arriba de los tractores y las máquinas, se crió entre fierros en Ireneo Portela, partido de Baradero. La última vez que fue a Costa de Marfil fue para la siembra de maíz, del 23 de mayo al 23 de julio de este año. En noviembre van de nuevo, para la cosecha. “Quizás la última semana de octubre ya nos vamos para estar unos días antes y organizar todo, ver que las máquinas estén bien y el primero de noviembre arrancar la trilla”, anticipó Alvarez.
Trabajo de contratistas
El trabajo de los contratistas es estar dos o tres semanas para la siembra y otro tanto de tiempo a la cosecha. El primer año sembraron cerca de 400 hectáreas con rindes muy buenos de maíz. “A pesar de que no nos hicieron mucho caso con la ventana de siembra, llegamos a cosechar 6000 kg/ha lo que comparado con lo que ellos producen sembrando y cosechando a mano, o con buey es muchísimo”, especificó Simone. Que ilustra: “En algunos sitios es como Brasil pero 70 años atrás”. De hecho, está casi en el mismo paralelo que el norte de Brasil, sería como Venezuela o Colombia.
Los argentinos que van para allá viven en una casa con todas las comodidades, aire, ducha, cocinera, pero los nativos de la zona rural viven en aldeas, ahí la cosa es bien distinta.
Vale recordar que no se pueden sembrar transgénicos, tampoco atrazina, y hay serios problemas con insectos (principalmente cogollero). Falta mano de obra calificada, la infraestructura es deficiente, las tierras no están sistematizadas y es un problema la forma de tenencia de la tierra.
El equipo de trabajo de Grupo de Campo, cuando arrancó a producir, planificó desmontes sustentables, dejando corredores biológicos según las reglas internacionales de conservación. Además, empezaron a hacer siembra directa, algo totalmente desconocido para los lugareños.
La idea para 2022 es hacer 1000 hectáreas. Por ahora con maíz. También está en carpeta la soja.
Comunicarse por señas
“Puede que nos falte un traductor, porque ellos hablan francés, son colonia francesa, y algunos inglés, y nosotros español, pero de alguna manera nos comunicamos”, contó Simone. Y graficó: “Cuando estás metido con una máquina, no sé cómo decirte, pero entienden, quizás como no tienen tanto conocimiento acumulado en esto no se interfiere, es más fácil enseñarles”.
“Hablamos por señas, pero nos entendemos bien”, reforzó Alvarez. Cuando uno quiere enseñar, y otro aprender, la cosa fluye. No hay con qué darle. No hay barrera idiomática ni cultural que lo impida.
Un antes y un después
“A mí me encantó la experiencia, me gustó enseñar, capacitar, darles herramientas porque todo ese aprendizaje, a ellos les cambia la vida, les abre una posibilidad de trabajo, de mantener a sus familias, les da un futuro distinto”, contó Alvarez. Y agregó: “A ellos les cambia la vida, pero te aseguro que a nosotros también, nosotros vamos más por lo que podemos llegar a aprender y las vivencias que por la plata”.
Muchas cosas resultan impactantes, pero en lo práctico, Alvarez destacó el contraste entre la sembradora último modelo americana que usan ellos y al lado están arando con bueyes y sembrando a mano. “Los chicos son los encargados de llevar los bueyes de campo en campo y capaz que caminan 7-8 kilómetros”, contó Alvarez. Y explicó con una anécdota: “Cuando sembramos y a veces quedan unas semillas afuera en la cabecera o en una loma, se vienen los chicos y la entierran, cada semilla vale oro, incluso, un señor venía a juntar las que se caían y se las llevaba para sembrar él”.
“Mi vida fue distinta después que conocí África”, sentenció Simone, como rúbrica indeleble y tajante. “No fuimos tanto por lo económico, cuando accedes a hacer esto si le das sólo importancia a lo económico la pasás mal, es un aprendizaje cultural, reaprendés a vivir, tomás agua distinta, comer cosas distintas, convivís con la barrera del idioma… si le tuviera que poner un valor a mi sacrificio cuando vamos para allá no sé qué valor le pondría… no va por ahí”, contó Simone.
“Tenes que estar preparado psicológicamente, a mí, cada vez que vuelvo de África me cuesta recuperarme emocionalmente, lo que ves te mueve cosas dentro del cuerpo y el alma que a uno, que tiene, familia, hijos, nietos, no es fácil llevarlo adelante, la pasás mal cuando ves un chico que está desnutrido, te da impotencia, tristeza, un poco de todo, es muy fuerte estar en la África profunda como vamos nosotros”, sentenció.
A veces, lo importante es invisible a los ojos. No es dinero. No es un bien ni un insumo. Estos argentinos (los contratistas y los ingenieros del grupo), se están llevando mucho más que algo de plata y están dejando mucho más que rinde y granos.
Fuente: CLARÍN