Un tsunami llamado Milei

Javier Milei posaba el 14 junio en Buenos Aires tras una entrevista en el programa de televisión 'A dos voces'. TOMAS CUESTA (GETTY)

Si llega a la Casa Rosada, el candidato de ultraderecha eliminará varios ministerios. Para dejar bien claro su proyecto, subió a TikTok un vídeo con una puesta en escena a la altura de su perfil

Javier Milei, un personaje de pelo negro ensortijado que promete aniquilar “a la casta política” argentina, ya es cosa seria en su país. El pasado domingo, 13 de agosto, se convirtió en el candidato más votado en las elecciones primarias y tiene buenas posibilidades de ganar la primera vuelta en las generales de octubre. Autoproclamado “anarcocapitalista”, es un ultraliberal libertario que promueve el fin del Estado en un combo de ideas que sazona con promesas de libre portación de armas, venta legal de órganos y la dolarización de la economía para terminar con la inflación. Milei es producto de la televisión: su mirada clavada en la cámara mientras profería todo tipo de insultos disparaba el rating y le aseguraba día tras día una silla en los programas de debate y en las conversaciones en redes sociales. Cuando el monstruo tomó vuelo, ya era demasiado tarde. Milei es un provocador, pero sobre todo un cultor de su propia imagen. Viste de cuero negro, jamás sonríe ante una lente y se hace llamar “el león”. Una de sus presentaciones más memorables lo muestra destrozando con un bastón una caja que representaba el Banco Central, que Milei promete “incendiar” para terminar con la emisión de dinero.

 

El economista se enfrentará el 22 de octubre a la conservadora Patricia Bullrich, segunda en las elecciones del domingo por la alianza Juntos por el Cambio, y al ministro de Economía, Sergio Massa, candidato del peronismo. En el arranque de la semana, convertido ya en una inesperada estrella política a la que ahora todos le prestan atención, lanzó algunas de las que serán sus primeras medidas en caso de llegar al poder. No olvidó que el combustible de su campaña es la polémica. Milei dijo, por ejemplo, que anulará, referéndum mediante, la ley de aborto que rige desde diciembre de 2020, un asunto especialmente sensible para un electorado progresista que lo resiste. No fue, sin embargo, desde la izquierda que salieron a repudiarlo. La candidata Bullrich, ministra de Seguridad con Mauricio Macri (2015-2019), dijo que era una locura perder tiempo en consultas populares cuando la urgencia es bajar la inflación y resolver la pobreza.

Argentina atraviesa su enésima crisis económica. La inflación interanual supera el 110% mensual, el peso se desploma a diario frente al dólar y las reservas del Banco Central están bajo mínimos, mientras el FMI acecha. El ministro y candidato Massa viajará esta semana a Washington para cerrar un nuevo acuerdo con el foro multilateral. Milei alardeaba el martes en la televisión con que ya había recibido un llamado desde las oficinas de Kristalina Gueorguieva. ¿Le temen en el FMI?, le preguntaron. Claro que no, respondió, porque el ajuste fiscal que tiene en la cabeza es mucho más duro que el que exigen en Washington para abrir el grifo del financiamiento.

La mayor parte de ese ajuste lo pagará el Estado, según el plan de jibarización que propone Milei. Si llega a la Casa Rosada, ha dicho, eliminará los ministerios de Educación, Salud y Desarrollo Social ―la “justicia social” es un robo que pagan los que trabajan, sostiene― y despedirá a cientos de miles de empleados estatales que hoy tienen contratos precarios. Para dejar bien claro su proyecto, subió a TikTok un vídeo con una puesta en escena a la altura del perfil que profesa.

El Estado ideado por Milei se ocupará solo de cuestiones relacionadas con la defensa, la seguridad interior y las relaciones exteriores. Sus principales socios internacionales serán Estados Unidos e Israel, país al que ha prometido trasladar la embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalén. El tsunami Milei ha sacudido a los políticos argentinos. Está por verse si logra mantener con vida la ola y ratifica su triunfo en la elección definitiva.

Fuente EL PAIS